jueves, 30 de septiembre de 2010

Los ejes de la composición poética

El aprendizaje es la etapa más maravillosa para un escritor. Durante este periodo, se van cimentando las bases de lo que en el futuro serán los fundamentos de su poética, específicamente, en cuanto a los procedimientos para crear lo que este haya definido como una “gran obra” de arte. Tales principios no suelen ser aprendidos mediante manuales de retórica, poética o estilística, sino a través de una formación que si bien es, posiblemente, poco sistemática y hasta azarosa o caótica, tiene la enorme ventaja de que es producto de un contacto directo con el texto, es decir, mediante la lectura de las obras de aquellos escritores que hemos escogido como nuestros maestros.

Luego de revisar con profundo detenimiento, y no menos pasión, a nuestros escritores favoritos, queda en nosotros una lección imborrable e imperceptible, de la cual solo tomamos conciencia cuando recibimos los comentarios de algún acucioso lector que también haya recorrido los mismos senderos literarios. Por ello es frecuente escuchar afirmaciones del tipo “esto ya lo leí antes”, “no es más que un imitador de…”, “no posee un estilo propio”, “posee gran influencia de…”; opiniones que para nada satisfacen el natural orgullo del joven aprendiz de escritor y que, por el contrario, podrían conminarlo a abandonar la escritura o a pensarlo dos veces antes de compartir sus escritos. El gran poeta estadounidense Ezra Pound escribió al respecto: “No prestes atención a la crítica de hombres que nunca han escrito una obra notable”. Si examinamos con calma aquellas críticas, nos daremos cuenta de que no deberíamos recibirlas necesariamente como un agravio, sino más bien con cierto orgullo, pues si el estilo del maestro ha sido reproducido con destreza, ello merece ser reconocido toda vez que es una muestra de que la lección ha sido aprendida. No obstante, Pound también exige honestidad al momento de reconocer las influencias: “Déjate influir por tantos grandes artistas como puedas, pero ten la decencia de recordar la deuda francamente o de tratar de esconderla.”

En mi caso, solo una vez que me distancié de la poesía pude comprender los mecanismos que sustentan la creación poética. Después de casi una década de haber dejado la poesía, tomé conciencia de aquellas lecciones imperecederas que aprendí de poetas como Thomas Stearns Eliot, César Moro, William Carlos Williams, Constantin Kavafis, José Watanabe, José María Eguren, Emilio A. Westphalen, Martín Adán, Alberto Hidalgo y Jorge E. Eielson, entre varios más. Provisionalmente, los he denominado ejes de la composición poética; preferí usar “eje” y no “principio” o “fundamento” para alejarme de un sentido de fijación, mandato o manifiesto. La idea de un eje me agrada más porque supone la posibilidad de la variación tomando en cuenta que se trata de varios ejes que se entrecruzan. Debo aclarar que estas ideas no fueron expuestas por los poetas antes mencionados tal como se presentan a continuación, sino que son abstracciones que he elaborado como producto de la lectura exclusiva de sus obras poéticas y de algunas de sus notas acerca de la creación poética.

IMAGEN

Según Ezra Pound, imagen es la representación de una estructura intelectual y emocional en un instante de tiempo. Esta estructura es lo que provoca de manera instantánea una sensación súbita de libertad, plenitud o crecimiento, más allá de los límites del tiempo y del espacio. Es la sensación que sentimos cuando nos hallamos en presencia de las más grandes obras de arte.

De manera un poco más sencilla, la imagen es el objeto que se encuentra entre la palabra y la sensación provocada. En otras palabras, es la representación sensorial que construimos a partir de un estímulo. (En el caso concreto de la poesía, este estímulo se manifiesta a través de la palabra). Es la huella mental, la impresión que nos deja una sensación. Debido a la relación que existe entre imagen y sensación, tengamos presente que existen tantos tipos de imágenes como de sensaciones.

Una breve precisión sobre el concepto de sensación no estaría de más. La sensación como reacción ante un estímulo provoca una determinada imagen mental. Asimismo, el lector experimenta sensaciones que le dejarán una imagen producto de la lectura del poema.

Considere la siguiente sugerencia: mientras más disímiles, disonantes, diferentes, contrastantes, opuestas, contrarias sean las imágenes contenidas en un verso, el efecto sensorial en el lector será mucho mayor e intenso que si todas las imágenes guardan el mismo registro. ¿Cómo lograr esto? Leyendo a poetas de estilos diversos, a los clásicos, así como a los contemporáneos, a los consagrados como a los desconocidos, a los que escriben en nuestra lengua materna como los que lo hacen en lenguas extranjeras. Si le rinde devoción a un solo poeta, lea toda su obra en todas sus etapas. Solo de esta manera podrá construir un estilo personal e igualmente rico por su diversidad. No olvide que entre imagen y sensación existe una mutua retroalimentación.

LENGUAJE-PALABRA

La palabra es el insumo que el poeta utiliza para la creación. Por esta razón, su oficio exige que conozca el lenguaje y lo utilice de manera que enriquezca las posibilidades de generación de metáforas, imágenes y sensaciones a través de la palabra. No se entienda aquí por conocimiento del lenguaje el dominio de una determinada variedad o registro lingüístico, llámese, formal, culto, estándar o académico. La grandeza de un poema no está en la abundancia de cultismos, arcaísmos, neologismos o en el despliegue de un amplio repertorio de palabras desconocidas para el lector común y corriente, pero familiares para el especialista en lenguas. No escribimos un poema para el deleite de los filólogos o críticos literarios —o no solo para ello—; lo hacemos porque simple placer y deleite personal, en primera instancia, y por el deseo de trascendencia, en un momento posterior.

No existe tema o asunto que no sea poetizable a través del lenguaje. A lo largo de la historia, cada movimiento literario planteó una determinada forma de composición y de motivos o temas que consideraban dignos de ser llevados a la poesía: la lucha entre lo divino y lo humano, la plenitud de una existencia consagrada a Dios, la belleza del ser amado, el amor cortés, las hazañas heroicas de una nación, la rebeldía social, la soledad, lo grotesco, el mundo urbano y una variedad inmensa de temas que oscilan entre lo grandioso y lo intrascendente. Tan legítimo es escribir un poema motivado por la injusticia social como lo es hacerlo por la belleza de la mujer amada. La superioridad no es una cualidad intrínseca del tema, sino, resultado de las preferencias o aversiones del poeta.

Sin embargo, a pesar de que la elección del tema es absolutamente arbitraria y dependerá exclusivamente del escritor, será importante no descuidar el tono que utilizamos en el lenguaje poético. Esta cualidad consiste en asignar un registro adecuado a la expresión de la voz poética (análoga al punto de vista del narrador en un relato). Se puede identificar como la actitud o expresión que se desprende del yo poético. Advertimos la tonalidad cuando se declama un poema. Cada uno posee una particular actitud, personalidad, carácter o vibración. Veamos por ejemplo:

Tome en cuenta esta sugerencia: lo más difícil durante la composición poética no es la elección del tema, sino asignar el tono más idóneo al lenguaje poético. No reparar en este punto podría dar lugar a un poema demasiado plano, vacío o falto de espíritu, como la lectura de un informe técnico o un manual de instrucciones; o en uno exageradamente grandilocuente, pomposo, artificial, rimbombante, tan estridente como una banda de músicos en la que todos tocan tan fuerte que se estorban entre sí. Cuando piense en el tono de su lenguaje poético hágalo en términos de la expresión o el carácter que desea transmitir en sus versos.

METÁFORA-SÍMBOLO

No hay poesía sin metáfora, afirmaba el poeta Alberto Hidalgo (1897-1967). Y es que en un sentido muy amplio, la poesía es y debe ser siempre metáfora. En términos sencillos, la metáfora es la representación de un objeto a través de otro objeto. Es conveniente distinguir entre el objeto reemplazante y el objeto reemplazado.

La metáfora no admite una interpretación literal. La fuerza de su impacto radica en las imágenes que puede sugerir a partir de la acumulación y/o el contraste entre varias metáforas. Por este lado, tiene directa relación con el lenguaje y la palabra (oral o escrita), pues no disponemos de otro insumo para crear poesía. De otro lado, está vinculada con la imagen, ya que toda metáfora sugiere una impresión mental que adquiere notable fuerza significativa cuando el sentido de la palabra es sorpresivamente diferente al que posee dentro del lenguaje cotidiano.

En este sentido, la “niña” del poema de Eguren no podría ser interpretada como una niña real, sino como una alusión a un ser-objeto diferente. Lo mismo se aplica al “albatros” de Baudelaire. La pregunta que nos asalta es ¿entonces, cuál es el verdadero significado de tal o cual metáfora? Tomaré el atajo más corto para responder: no hay tal significado verdadero porque este depende de muchas variables que en cada época y lugar amplían las posibilidades de interpretación. Incluso si el autor explicara el significado de sus metáforas ello no sería nada concluyente, pues, una vez desaparecido, cualquier lector podría resignificar tales sentidos basándose en su propia percepción del poema, en las circunstancias de la época, etc. En el caso de “El albatros”, hay un verso en el que se equipara el drama del ave marina con el del poeta. Una primera conclusión basada exclusivamente en lo que el poema informa sostendría que el albatros es el poeta; sin embargo, esto no cierra la posibilidad de extender el sentido de la metáfora hacia otros objetos.

La metáfora no se explica por sí sola, pues necesita del símbolo para representar aquello que se sugiere. El símbolo es el elemento figurativo que reemplaza a un objeto u objetos que están ausentes en el poema. En el poema de Eguren, el símbolo más reiterado es el de la niña y en el de Baudelaire, el albatros. Las diferentes interpretaciones que se le dan dado a la “niña” de Eguren son diferentes, pero giran en torno a un campo semántico común: pureza, inocencia, amor infantil, belleza, inspiración poética, etc. Todos estos posibles sentidos no se anulan entre sí sino que se complementan. Por ello, todo símbolo es plurisemántico.

El símbolo representa a un objeto con el cual en apariencia no guarda ninguna relación en cuanto a la forma o al contenido. La relación que pueda tener el símbolo con el objeto representado es absolutamente arbitraria y dependiente de lo establecido por el creador; pero ello no impide que al interpretar dicho símbolo o conjunto de símbolos dentro de un poema se pueda agrupar unidades semánticas que nos orienten hacia un sentido general (campo semántico) dentro del cual se pueda establecer una variedad algo delimitada de significados.

En un sentido amplio, toda poesía es metafórica y toda palabra es simbólica, pues la relación entre la palabra y el objeto representado es arbitraria. En consecuencia, podríamos afirmar que todo el lenguaje es una gran metáfora y que este nunca prescinde de símbolos. La palabra indica, refiere, alude, representa a “la cosa en sí” al objeto, a la realidad o a parte de ella, pero no puede agotar, encapsular, definir o reducir a lo representado en toda su dimensión. ¿Existe alguna justificación de corte divino o científico para afirmar que la grafía “a” debe sonar /a/ como en “casa”? ¿Qué relación intrínseca existe en el objeto representado y la secuencia de fonemas “kása”? Pues ninguna que no sea la acordada dentro del la lengua española, en nuestro caso particular. A lo que voy es que no hay nada esencial en una palabra que nos demuestre que el objeto representado por esta le corresponda. La poesía no hace más que amplificar este efecto simbólico del lenguaje hasta sus últimas consecuencias. La particularidad de la poesía está en que se desenvuelve en un ámbito en el que se potencia la interpretación y donde no tiene lugar la unicidad de significados, como ocurre en el lenguaje científico o académico.

Recuerde lo siguiente: la fuerza del impacto de una metáfora reside en la amplitud del campo semántico que irradien los símbolos que la componen; en consecuencia, mientras más contrastantes sean los significados de tal o cual símbolo, mayor existirá una mayor posibilidad de generar un sinnúmero de imágenes igualmente diferentes entre sí, pues a cada símbolo le corresponde una huella mental, cuya forma dependerá de la subjetividad del creador del lector. Un verso eficiente es aquel que intensifica esta reacción en cadena que involucra a símbolos e imágenes, y para ello, es muy importante que el poeta trabaje la palabra como un artesano.

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